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viernes, 4 de mayo de 2018

ESPEJISMOS DE UN EMIGRANTE


Entrevista

http://en-clase.ideal.es/2018/04/28/miguel-puche-siempre-escribo-de-algo-que-me-preocupa/

Así fue la presentación (pinchar siguiente enlace)


https://drive.google.com/file/d/1_4RmeIk698NFJGIVeH0fpbb2RJepTyYQ/view?usp=drive_web






PRESENTACIÓN ESPEJISMOS DE UN EMIGRANTE POR

MARÍA DEL CARMEN PORCEL


Henos aquí los presentes convocados para de nuevo asistir a la puesta de largo, o dicho de otro modo, a la presentación en sociedad de un nuevo parto literario, nacido de la fecunda pluma de Miguel Puche Gutiérrez.
Y ustedes se preguntarán: ¿por qué esta que suscribe vuelve a las andadas y repite como presentadora de una obra de este autor?
Al llegar a este punto, no me queda más remedio que aclarar algo, que en realidad es un secreto a voces: aquí donde me ven, soy la hija adoptiva de Miguel Puche y de Concha, su esposa.
El motivo de esta adopción es un misterio para mí, aunque tras largas y arduas reflexiones, que me han provocado intensas noches de insomnio, he llegado a la conclusión de que tal adopción puede ser , creo yo, la materialización del siguiente lema: «Si quiere sentirse plenamente realizado, ponga una jubilada en su vida». Sea como fuere, yo me hice esta pregunta: ¿Qué buena hija que se precie puede negarse a aceptar una petición de su padre?
Y aquí me tienen pues, cumpliendo con este filial deber, para tranquilidad de mi conciencia.
Una vez hecha esta aclaración, paso a acometer la tarea que se me ha encomendado, no sin antes explicar que esta introducción algo extravagante es una licencia necesaria, pues este autor requiere ser presentado en clave de humor, elemento este del que hace gala en todos los momentos de su vida, aun en las situaciones más trascendentales y serias.
La mente de Miguel teje sus historias con un material muy cercano y cotidiano, que está plagado de anécdotas ciertamente ocurridas que no escapan de su carácter observador, y con ellas crea una urdimbre de una textura especial, un poco estrambótica pero realista en su trasfondo, quedando a su término un tapiz esencialmente humorístico, irónico, sarcástico y tragicómico.
Y este es el resultado de sus puestas en escena y de sus desenlaces finales.
Y referente al autor,
¿qué puedo decirles
que ustedes no sepan ya?
Pues que es granadino,
como saben por demás.
Que es prolífico en sus temas
y además original.
Que tiene un estilo muy suyo
que al igual que su carácter
es irónico y directo,
provocador y mordaz,
hiperbólico y sarcástico.
Que roza también un poco
el trabajo del pintor.
¿Dudan ustedes de ello?
Pues si sus vuecencias lo leen
Verán que a sus estereotipos
solo les falta el color.
Mas, ¡voto a bríos! Que ya empiezo
como otrora a divagar,
y lo importante será,
como demanda este evento,
aqueste libro presentar.   
 La obra se titula: «Espejismos de un emigrante».
Y comienzo el comentario como se hace en los cuentos:
Érase que se era un saharaui de tierra adentro llamado Rufo, que a sus cuarenta y dos años decide emigrar a «El Dorado Europeo», animado por el relato que unos niños, compatriotas suyos, hacen de España, país del que regresan tras haber pasado unas vacaciones veraniegas propiciadas por un programa solidario de acogida temporal.
El tema elegido en esta ocasión por Miguel difiere de sus otros hijos literarios, pero no así el estilo.
Es la elucubración del autor acerca del fenómeno migratorio, de las causas que lo provocan y de las consecuencias del mismo.
En cuanto a los personajes destacan, como no podría ser menos, Rufo, el protagonista: un ser ingenuo, primitivo, tozudo y suspicaz que se verá acompañado por una caterva de individuos tales como el ciudadano solidario, su esposa y su hija, que acogen a Rufo al comienzo de su periplo; la directora de la entidad, que acoge a los emigrantes y seres en exclusión social; los compañeros de fatigas, que se encuentran en la misma situación que Rufo, a los que conoce en comedores sociales y albergues para los sin techo; el maestro que trata de enseñarle los rudimentos de materias como las Matemáticas, necesarias para desenvolverse en su futuro mundo laboral; los manteros que le sirven de ejemplo y guía para aprender el oficio; el jefe de los manteros, truhan impenitente, manipulador nato y explotador de personas; el joyero, al que Rufo intenta comprarle un reloj de oro; y otros compañeros de infortunio.
La tipología de los personajes retratados en la obra nos puede hacer retroceder a ciertos momentos de nuestra historia, especialmente a la época reflejada en la Literatura Picaresca.
Para concluir la presentación de esta obra, me permito utilizar un ejemplo más oportuno e ilustrativo.
Una vez más, esta obra de Miguel se puede comparar con su arte culinario. Todo el que conoce al autor en su papel de buen anfitrión, podrá entender que las obras que salen de su pluma son como sus guisos: eclécticos, imaginativos, amalgamados, bien especiados y, en definitiva, buenos de degustar.
Pues bien, no se entretengan más, pónganse al día y degusten y disfruten con este nuevo plato cocinado en la marmita de Miguel Puche.
Así lo veo yo y de este modo lo comunico.
Y ahora les toca a ustedes.
Lean el libro y saquen sus conclusiones.
¡Que les aproveche!
 Muchas gracias

(María Del Carmen Porcel: maestra nacional y licenciada en Historia)


PRESENTACIÓN ESPEJISMOS DE UN EMIGRANTE POR EL AUTOR
  Hay una especie de esquizofrenia que sufre la sociedad en cuanto a fronteras se refiere. Cada cual tiene su idea al respecto.
  Se han acotado las tierras que en algún momento hombres sin alma y sin escrúpulos: como reyes, emperadores y señores feudales, esos que son mal llamados nobles (cuando yo la nobleza la entiendo de otra forma), esos abyectos depredadores, llenos de ambición, no les importó sacrificar las vidas de sus súbditos y masacrar a los vecinos para aumentar su patrimonio personal. Y pusieron nombre a sus parcelas, a las que llamaron países, y las cerraron a cal y canto al resto del mundo. Y para evitar forasteros, crearon unas leyes para poder perseguirlos si conseguían traspasar los límites de lo que consideraban su propiedad.
     Y en medio de todo esto, están los emigrantes. Personas como cualquiera de las que aquí estamos, con los mismos derechos a la vida y a los sueños, que por unos motivos u otros no pueden llenarse el estómago en sus lugares de origen o son perseguidos por las autoridades de sus países, y se ven obligados a huir. Y, claro, como parias que son, en cualquier lugar estorban.      

Definición de emigración:
Según la Real Academia de la lengua:
     Desplazamiento geográfico de individuos o grupos, generalmente por causas económicas o sociales.
      Yo interpreto la definición así:
      La emigración es una opción que posee el ser vivo para desplazarse de un lugar a otro cuando posee la cualidad de la motricidad y no sufre impedimento alguno. Es decir, cualquier persona tiene derecho a moverse por el planeta a su libre albedrío. 

    Permítanme contarles la historia resumida, a modo de cuento, de un supuesto tío carnal mío que reunía estas características: no era tetrapléjico y, por tanto, podía desplazarse para donde le diera la gana.  Mi supuesto tío se llamaba Edibundo Martín Desgraciado. Tiene otros apellidos distintos a los míos por ser supuesto tío, si no, en alguno de ellos coincidiríamos.

    Debido a la curiosa necesidad de comer que él y los suyos tenían y a la imposibilidad de poder hacerlo en su propia tierra, decidió abandonarla en busca de otra más fértil. Y después de muchas noches de insomnio, vueltas en la cama, patadas y puñetazos involuntarios a la mujer cuando se le disparaban los miembros por un tic nervioso que se manifestaba en el trance de la vigila al sueño, una mañana, le dijo a la mujer, con la gravedad que requería al asunto:
    –Edisandra, esto no puede seguir así. Me voy de aquí.
    Mi supuesta tía, aunque no sabía qué quería decir exactamente con que se iba, y eso que la frase tenía poco de ambigua, vio el cielo abierto con esta decisión, pues estaba magullada por los desmanes nocturnos del marido y al menos las noches las pasaría padeciendo solo hambre y no con la inquietud de que le saltara el único ojo que le quedaba sano. A pesar de todo y para que luego no se dijera nada sobre su falta de interés, le preguntó por su destino:
   –¿Pero dónde vas a ir tú, alma de Dios?  
   Vemos, por el tono de la frase, que la fe que tenía mi supuesta tía en su marido era más bien escasa. Pero he de romper una lanza en favor de mi supuesto tío. A pesar de no ser un lince, tenía algunos valores, al menos eso creo, y aunque no es cuestión de entrar en detalle podemos ver que tenía perspicacia para darse cuenta de que pasaban hambre y que debía hacer algo para remediarla. Este era el primer paso, darse cuenta de que existía el problema.   
  –Donde sea –respondió él mirando las grietas llenas de mugre de las losetas, avergonzado por ser incapaz de traer un salario a casa.
  Hay que decir que aunque mi supuesta tía era muy limpia, al no tener jabón con el que fregar el suelo ni agua corriente en el piso porque se la habían cortado, se deslucía sin poder evitarlo, y muchas lágrimas le costó aquello al pensar que podrían tacharla de poco hacendosa o meramente espesa.
   Esto, aunque parezca una tontería y realmente lo es, no hay que verlo como tal, pues ser limpio es una de las dos grandes virtudes que les queda a los pobres para cuantificar su dignidad, la otra es la honradez. Si una persona es limpia y honrada, ya está todo dicho y lo demás parece superfluo. Y estos mismos méritos se los regalan a los ricos limpiándoles sus inmundicias y siendo honestos en sus puestos de trabajo para que les redunde en mayor beneficio.   
  Mi supuesto tío carnal aún no tenía decidido donde iría. Lo único que veía con claridad meridiana es que tenía que salir del país si quería sacar adelante a su mujer, sus tres hijos, su madre, sus suegros y un cuñado que llevaba también en el lote, que era de entendederas escasas y, por tanto, muy activo en todo lo referente al sexo.
  Su primer objetivo, y ardua la empresa, era poder cruzar la frontera sin contrato de trabajo ni papeles en regla. Ya se sabe que nadie es bien recibido si no se le llama previamente y se le invita a venir.
   No postergó mucho la decisión, pues no podía dilatar el tiempo por las mermas en las carnes que sufría su familia a diario. Eran otros los tiempos en los que tuvieron buen color. Ahora, parecían apergaminados y la brisa más suave los zarandeaba a placer.   
  Una mañana fría de agosto, al menos así le pareció a él por no tener calorías en el cuerpo, emprendió su hégira hacia el país vecino. Cruzó montañas y valles oculto durante la noche; huyó de policías armados y de otros sin conciencia con más peligro que los mismos policías armados; evitó tendidos eléctricos, por precaución imagino, porque no sé qué peligro podían encerrar los tendidos eléctricos; rodeó vías agropecuarias; esquivó balas sin destinatarios reconocidos que viajaban a placer, como les gusta viajar a la mayoría de las balas; no se tuvo que poner a salvo de bombas porque no caían en esos momentos, si no, seguro que sí lo habría hecho; pasó sed y más hambre todavía porque en mitad del monte no había a quién sablear ni tienda de ultramarinos donde pedir fiado. En definitiva, en su periplo, pasó gran cantidad de vicisitudes hasta que se vio con el poco pellejo que le quedaba al otro lado de la frontera.
  Llegó a un pueblo bien urbanizado que nada tenía que ver con los que dejó atrás. Maldijo su suerte al comprobar que lo poco que había aprendido en el colegio de nada le servía aquí. Cuanto leía y le hablaban no lo entendía. Esto le provocó tal agobio que fue cuando se le produjo el primer conato de nostalgia de su tierra y a punto estuvo de desandar el camino, pero la falta de fuerzas se lo impidió. 
  Al no estar acostumbrado al robo ni a la mendicidad, lo tuvo mucho más difícil. La dignidad y la moral dicen que convierte en más humano, pero a veces mata.
  Durante 25 días vagó por calles y durmió debajo de un puente para evitar relentes y lluvia. A pesar de esto, fue recuperando vigor gracias a las ollas comunitarias que preparaban otros desangelados en su misma situación. Aquí cocinaban hierbas silvestres con lozanas ratas que en nada se parecían a las famélicas del país de donde venía, que hasta los roedores pasaban hambre.   
  Tuvo la gran suerte de que ese pueblo viviera de la vid y de que empezara la campaña de vendimia. Le costó trabajo que lo admitieran sin credencial alguna. Terminó trabajando para un patrono con más apetencia por la exención fiscal que por la caridad.
  Al conseguir los primeros jornales, envió dinero a los suyos. En casa lo recibieron como agua de mayo.
  A partir de aquí, comenzó entre las dos partes de la familia una relación epistolar además de la transaccional, pues era el único medio que tenía mi supuesto tío para contactar con su elemento más íntimo.   
  Mi supuesto tío, con su letra caligráfica, aún sin personalizar por lo poco que había escrito en su vida, envió su primera misiva.
  Querida Edisandra, madre, hijos y suegros:
  Espero que a la llegada de esta os encontréis bien. Yo bien, gracias a Dios.
  En primer lugar, os contaré cómo es esto. Aquí no es como allí porque esto no es como aquello. Me gustaría que lo vierais con vuestros propios ojos. Y lo veréis algún día cuando tenga un trabajo fijo aquí. Os vendréis a vivir aquí conmigo. Aquí sí se puede vivir. No es como allí. Allí, ya sabéis lo que hay, pero aquí no lo sabéis porque no lo habéis visto. No es que aten los perros con longaniza pero es otra cosa, no hay más que verlo, ya lo veréis.
  Aquí, que no es como allí, toda la gente es extranjera pero parece muy buena. No se insultan ni hablan mal de nadie; no se oyen críticas ni malas versaciones. Al menos eso creo, porque no sé lo que dicen. Hablan muy raro. Menos mal que me he encontrado con algunos que no son extranjeros como yo y con ellos es con quienes me relaciono.
  Edisandra, dile a mi madre que por fin vamos a poder juntar para comprarle la dentadura postiza, ahora que sí la va a usar porque va a poder comer. Edisandra, dile a Antonio, el de la tienda, que os fíe con toda tranquilidad, porque ya se le puede pagar con el dinero que os envíe. Edisandra, diles a las niñas que tendrán sus carteras nuevas para cuando empiece el colegio. Edisandra, dile a Luisito que ahora no tiene excusa para sacar malas notas, que decía que el ruido de las tripas no le dejaba concentrarse, que estudie para que consiga un buen trabajo el día de mañana y no ande como nosotros.
  Sin nada más que contar, aunque contaría muchas cosas que llevo dentro pero no sé cómo hacerlo porque jamás de los jamases he escrito tanto, se despide, este que lo es: Edibundo Martín Desgraciado.
  Posdata: 
  Edisandra dale un beso a todos de mi parte. También otro para ti.
  Mi supuesto tío siguió en su trabajo y cada vez adquiría más destreza, ya se rebanaba menos los dedos con cada racimo de uvas que cortaba. Hay que decir que su vida la pasó en capital y allí las labores que realizó distaban de las agrícolas.
  Antes de que se terminara aquel trabajo, recibió respuesta a la primera carta que envió.
   Querido Edibundo:
   Espero que a la llegada de esta te encuentres bien. Nosotros bien, gracias a Dios.
   Mis padres se enojaron mucho porque no les dijiste a ellos que les comprarías otras dentaduras, que ya sabes cómo las tienen. Las niñas se quejan porque empezaron el colegio y tuvieron que llevar los libros amarrados con cuerdas. Mi hermano, que no me lo quito de encima ni con palanca, dice que a él no le pusiste ni una letra. A ver si le buscas un trabajo y te lo llevas allí contigo. Antonio, el de la tienda, dice que no nos fía ni un garbanzo. Que si ya estás ganando, que vayamos con dinero por delante. Nos hemos dado otra vez de alta en la luz y el agua. Ya no nos tenemos que acostar a la hora de las gallinas y nos podemos lavar la cara con el agua del grifo y no tener que traer más cántaras de la fuente. Por fin estoy sacando brillo al suelo. Mi trabajo me está costando, porque estaba bastante percudido.
   Edibundo, cuéntanos cosas de allí: cómo va la gente vestida, qué comen, qué piensan, qué sueñan. ¿Comen todos los días? ¿Llevan medias las mujeres? ¿Se ponen sujetador? Bueno, tú eso no lo sabrás. ¡Ni que yo me entere de que lo aprendes! ¡Olvídate de cómo van las mujeres! ¡Ya lo veré yo cuando vaya! ¿Has buscado ya casa? ¿Has hecho nuevas amistades? Háblanos del cielo. ¿Es allí tan azul como aquí? Y de la temperatura, ¿hace frío?
   Edibundo, el Luisito sigue sin estudiar. Antes porque no había luz y ahora dice que la luz lo deslumbra. Este niño me parece que le ha salido a mi hermano.
   Edibundo, a ver si nos puedes mandar algo más, que ahora vienen los fríos y hay que comprar ropa a los niños, que crecen a diario.
  Sin más que decirte, se despide, esta que lo es: Edisandra García Pánfila.
  Besos de todos los que te queremos.
  Posdata:
  Se me olvidaba decirte que he abierto una cuenta en el banco para que nos puedas ingresar el dinero y así no tienes que enviarlo por correo certificado. El número de cuenta es: 0111 0110 11 0101011101.
  Cuando mi supuesto tío recibió esta primera carta, la leyó tantas veces que se la aprendió de memoria, incluido el número de cuenta bancaria, que en parte parecía una sentencia binaria. Este trozo de papel era lo que lo unía a sus raíces. Aquí le dio otro arrebato de nostalgia que le hizo llorar. Cuando se le pasó la llantina, la emprendió con una autosatisfacción desenfrenada.
  Tengo que decir que mi supuesto tío, para mantenerse fiel a su mujer, se hizo onanista consumado y experto. Alcanzó gran habilidad en los movimientos reiterativos con ambas manos. Más tarde le pasó factura esta práctica, pues cuando la dicha los quiso unir de nuevo y se excitaba con su esposa, la dejaba a su suerte para gozar el solo de su propia carne.   
  Cuando se acabó la recogida de la uva, no le quedó más remedio que marcharse del pueblo hacia zonas más industrializadas en busca de mejor fortuna. Con él se fueron dos conocidos que luego los llevaría a hermanarse en la desdicha, ya que la desgracia compartida une a las personas. Durante más de un mes, se dedicaron a comer de la caridad en comedores sociales y volvieron a dormir a la intemperie, forrados de cartones porque el frío había arreciado. Uno de ellos consiguió un trabajo en una fábrica de pinturas. Este alquiló una habitación y les dio cobijo a mi supuesto tío y al otro amigo. A mi supuesto tío, que era el preferido del anfitrión, le ofreció la bañera para dormir, el otro lo hacía en un rincón. Con esto empezaron las diferencias entre ellos. Mi supuesto tío agradecía la consideración del amigo al ofrecerle la bañera como algo bueno, pero la verdad es que era una bañera de medio cuerpo, por lo que tenía que tener las piernas encogidas. Además, el grifo goteaba y amanecía arrecido y empapado. Por la mañana, cuando salía del cubil, comenzaba a saltar como las ranas hasta que se le desentumecían las piernas y las podía estirar. A partir de aquí se le acomodó un reuma que lo acompañaría hasta el final de sus días. Envidiaba al otro amigo por dormir en el suelo. Sin embargo, este amigo que dormía echado sobre el piso, a pierna suelta, miraba con inquina a mi supuesto tío por ocupar la bañera –así somos los seres humanos, que preferimos lo que tienen los demás, aunque sea su propio drama.
   Durante este tiempo se cortaron las transferencias bancarias y con ello vino el corte de los suministros básicos del hogar de su familia: luz y agua. Esto volvió a hundir en la más profunda tristeza y desesperación a toda la familia. Sobre todo a mi supuesto tío, que además sentía una sensación de fracaso tan agobiante que no lo dejaba pegar ojo.
   Menos mal que quiso el hado sonreírle de nuevo y consiguió un trabajo en una fábrica de automóviles. Allí le hicieron un contrato y fue cuando cambió su suerte. Al otro amigo, al que dormía en el suelo, lo mantuvieron entre ambos hasta el mismo día en que se suicidó, decisión que tomó porque las fuerzas le faltaban y el desánimo le sobraba.
   Instalado, mi supuesto tío, en una habitación para él solo, reclamó a su mujer para que viniera a probar suerte. Si ella encontraba trabajo, sería el momento de traer al resto de la familia. Y ella encontró trabajo como asistenta de hogar. Y con esto, además de conseguir más ingresos, pudo realizarse como mujer limpia y sentirse como persona completa, ya que la honradez nunca la perdió. El ganar más dinero no les supuso tener mucho más poder adquisitivo, porque estaba dentro de sus planes adquirir lo imprescindible y ahorrar lo máximo para regresar a su tierra cuanto antes y montar un negocio que les permitiera la subsistencia. No estaban por gusto en este país que los acogió.
   Trajeron al resto de la familia con ellos, incluso a sus padres y al cuñado. Los niños crecieron más de lo esperado, quizá por el atiborre de proteínas a las que no estaban acostumbrados. Estos, más jóvenes y absorbentes, asimilaron el idioma del país vecino mejor que su propia lengua, ya que la vernácula la aprendieron por transmisión oral de su padres y estos eran poco instruidos, mientras que la lengua adoptiva fue cultivada en medios más ilustrados. Las niñas aprendieron canciones extranjeras y hasta se les moduló el timbre de voz hacia un agudo insoportable, propio del lugar. Los abuelos, ávidos a hablar mal, interpretaban las palabras extranjeras a su antojo y chapurreaban un nuevo idioma en el que se entremezclaban vocablos mal oídos y peor pronunciados. Eso sí, entre ellos se entendían. Un ejemplo lo podemos ver en la siguiente frase: «Niño, mete el gato en la nevera», por querer decir «Niño, mete le gateau (pastel en francés) en la nevera». Esto le costó la vida a más de un felino y tiriteras y resfriados a otros muchos.
  Y cuando ya estaban habituados, que no adaptados, a los nuevos códigos de vida, la nostalgia se les hacía insufrible y consideraron que ya tenían lo suficiente ahorrado para pagar el traspaso de un negocio. Y regresaron a su tierra no sin antes dejar allí enterrados a dos de los tres abuelos. Mi supuesto tío hubiera preferido dejar en campo santo a su cuñado en vez de a su madre, a pesar de la dentadura que le adeudaba, pero la Parca no se avino a razones y no aceptó cambio.
  Estas experiencias vividas marcarían el resto de sus vidas e incluso a las de su descendencia. La mayor de las hijas trajo en su vientre un feto medio foráneo y el cuñado de mi supuesto tío, proclive a los instintos básicos desatados dada su particularidad mental, se le averiguaron 172 inseminaciones, unas llevadas a término y otras interrumpidas, con lo cual contribuyó a la propagación del mestizaje. 
  Gracias a que el país vecino los acogió, mi supuesta familia no sucumbió a las miserias de su propia tierra y pudieron dejar su legado. En cambio, en otras muchas personas solo quedan los espejismos como realidad latente y les llega a costar muy caro, a veces incluso la vida.
  Y hasta aquí el cuento. Que cada cual saque sus conclusiones. Y quien no sepa qué conclusiones sacar porque no se ha enterado de nada, que no desespere. Puede dedicarse, como el cuñado de mi supuesto tío, a fomentar el mestizaje. A mí al menos me ha servido para rellanar este espacio que por lo general tengo poco que decir ya que de la obra en cuestión y que hoy presentamos deben hablar los demás.

Muchas gracias
Granada, 28-4-2018