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sábado, 1 de noviembre de 2025

VENUS

 

Venus

                                                               Miguel Puche Gutiérrez


–¡Va por ti, Murciana!

Una copa más, una comisión más.

Murciana es su nombre de guerra, ella es de Pontevedra, quien dejó el acento colgado nada más salir de su tierra. Es posible que, incluso, nunca lo tuviera. Desarraigada, de espíritu rebelde y atormentado, no quiere mirar atrás, aunque tampoco lo hace hacia adelante. El futuro no existe, dice, al menos para ella. Con respirar el momento, le es más que suficiente. Los consejos, si es que se los dieron, arrumbados debieron quedar en cualquier resquicio del olvido.

Murciana, con solo diecisiete años, tiene cicatrices en el alma de una persona de ochenta. En esto ha sido precoz, un espíritu aventajado.

«Drogada parece que aguanta más», eso dice de ella la proxeneta que la «protege», y le pasa otra papelina para que la esnife.

A Murciana, insensible al escrúpulo y al dolor, le echan lo que las demás no quieren: los más infectos, viles y sádicos que aterrizan, y que son la mayoría.

Murciana se ha puesto los veinticinco años como edad tope. Pero no para salir de su inmundicia, sino para perecer en ella. No cree que supere el cuarto de siglo, tal y cómo lo ve. Total, los veinticinco es buena edad para escapar de la existencia.  

A Murciana la única herencia que le dejaron fue su cuerpo, y como le ha salido bien lucido, se sirve de él para rascarle a la vida lo único que cree que le pertenece.

–Yo, con la Murciana.

–Yo estoy antes que tú.

–Si os parece, podéis estar con ella los dos a la vez y os invito a las copas que os estáis tomando.

A Murciana se le escapa una sonrisa. Ella sabe que tiene para los dos, y para más si se tercia, ya lo ha comprobado. Los dos no están muy de acuerdo.

–¿Nos cobras la mitad? –pregunta uno de ellos.

–Si es en el mismo tiempo: una hora, vale –responde la celestina.

Esta alcahueta también tiene una sobrina a su servicio, pero, la pobre, vale bien poco y apenas si saca para la manutención.

Los dos hombres se miran, en una mirada de la que esperan aceptación o recusación, y, al parecer, consienten.

Murciana sube por las escaleras sin mirar atrás, con paso perezoso, hoy se siente más cansada que de costumbre. Imagina que la seguirán ambos. Por sus pelajes, adivina que ni la discreción ni la intimidad deben formar parte de sus códigos, el ahorro sí. Alguna virtud debían tener.

Murciana se desnuda sin esfuerzo alguno, solo deja caer los tirantes de un vestido escaso, y se derrumba en la cama como si esta la atrajera. Uno de ellos ya ha yacido con ella en múltiples ocasiones, el otro debuta en esta plaza. El nuevo quiere ser el primero, el veterano quiere serlo él.

–¿Tú a quién prefieres primero?

Murciana no responde. Continúa con su sonrisa marcada en los labios y una mirada perdida bajo el aplomo de unos ojos entornados.

Se lo juegan a cara o cruz con una moneda. Empieza el nuevo. El otro mira el reloj para que no se meta en su tiempo.

–No es para tanto, como dicen –comenta el recién satisfecho mientras se sube el pantalón–. Total, no se inmuta.

–Eso es que tú no sabes.

El primero sale de la habitación. Cumplido, no necesita recrearse en placeres ajenos.

El siguiente se apresura, para poder disfrutar del tiempo que le corresponde. Encima de ella, la encuentra demasiado relajada para como es la Murciana. Le zarandea la cara y esta no responde. Imagina lo peor. Se le acelera el corazón. Tiene un arrebato de levantarse, pero se controla. Ya ha pagado. Es mejor terminar y, después, ya veremos.

Tras el desahogo, le da en la cara más fuerte. La joven no se mueve. Le toca los pechos a modo de despedida, sabe que no lo volverá a hacer.

–Esa de ahí arriba tiene mala cara –dice el segundo y se marcha.

La proxeneta piensa sobre qué le puede pasar: «Hoy se ha echado al cuerpo más de la cuenta. ¿Será que me la han vendido adulterada? ¡Lo barato sale caro!». Sube para comprobar. La toca y la nota demasiado fría. La abofetea, por si reacciona, más no da señales de vida. La mujer se pone nerviosa, y sus razones tiene, se le crea un doble problema: «¡La madre que la parió, dónde encuentro yo a otra como esta! ¡A ver cómo me deshago de ella!»

Murciana erró respecto a su final: adelantó acontecimiento.

 

Cúllar Vega, 8-6-2022

 

 Publicado el 30-7-2022

  

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